Al leer este
post de un blog que sigo he recordado por qué tengo ganas de llorar cada día a las puertas de mi cumpleaños. Los niños me piden cosas básicas y yo hago números para poder dárselas: pijamas, material del cole... y las tienen, no todas juntas, pero se va consiguiendo. El problema ya no reside en el intenso frío que hemos padecido en casa ni que la caldera siga saltando por la noche aún teniéndola a 15 ºC. No se trata de que esté pasando hambre ni de que tenga hipotermia (aunque sí un frío de narices), no estoy así porque me falte ropa (ya que mi hermana me acaba de dar unos cuantos jerseys muy chulos) ni que no tenga techo, porque lo tengo.
Se trata de esta impotencia, de que cada currículum lo echen para atrás sin entrevista previa, de que la empresa de artesanía sea una idea lejana y dependiente de una economía ajena que no va bien para nadie y menos para cosas de decoración, de que el libro no pueda ver la luz ni por cuenta propia ni por cuenta ajena, de que las cosas no funcionen, de verme atrapada, con las manos atadas ante una situación difícil. Vale, no me falta de nada básico, hemos sabido a administrarnos con el dinero que nos llega (siendo considerado un verdadero milagro por la gente que conoce el dinero que entra y de las injusticias que ha sufrido mi marido con su paga por sus vacaciones trabajadas y "retribuidas". Me quejo porque cuando una alza la voz, los demás callan, porque están igual que tú, porque no pueden hacer nada al respecto.
Tengo ganas de llorar por la situación, por la frustración, por la impotencia. Me repatea que me digan que si no veo las cosas positivamente es porque no me da la gana. Tal vez lo hagan con buena intención, pero es descortés por su parte poner más peso en mi mochila. El pensamiento positivo está muy bien siempre y cuando no te engañes a ti mismo. Las cosas están feas, pero de todo se sale. No sirve de nada cerrar los ojos y decir "eh! ¡que no estamos tan mal!" y una mierda, pajarito. La cosa está mal y si no quieres verlo aparece por mi casa un mes entero y come macarrones, arroz y algo de pollo durante un mes entero y sentirás lo que te digo. Que sí, que hay otros que no pueden comer, pero ¿qué estás comiendo tú en tu casa? ¿a cuántos grados has tenido tu calefacción este invierno? ¿cuántas veces te han devuelto la compra del mes porque tu jefe no te ha pagado? ¿la ropa de tus hijos les va bien o duermen con pijamas pequeños porque estás esperando a cobrar?pues eso, que no sabes lo que se siente y mejor no abrir la boca.
Sí, tengo a mi marido que es lo único que me anima al final del día, bueno, eso y mis hijos, que ahora me espera una sesión Ferrán adrià con mi hijo que quiere hacer un plato nuevo con los cuatro ingredientes que hay en la nevera. Y dice que quiere vender sus comidas por todo el mundo, porque quiere ser rico, tener mucho dinero para comprar comida... y se me parte el alma. Ese es el problema. Los niños se dan cuenta de la carencia y ahora quieren ser ricos para dejar de tenerla, pero no se dan cuenta que la abundancia de dinero trae problemas, igual que la escasez. Me preocupa, simplemente eso.
Y sí, sé que de esto se sale, que no hay mal que cien años dure (ni cuerpo que lo aguante) pero no consigo nada engañándome a mí misma y quien no quiera ver la cruda realidad que cierre los ojos, pero que no intente cerrármelos a mí.