Érase que se era un tiempo remoto donde el mundo era mágico. La vida era de color de rosa, los besos aleteaban en el aire como graciosas mariposas deseando hallar un rostro en el que posarse. Los árboles eran del color del jade y sus hojas jamás caducaban. Los animales vivían en paz y harmonía, los pájaros cantaban una dulce melodía cada día al despertar. La vida era fácil. En los albores de la vida solo habían risas y juegos. La comida era abundante y el descanso pacífico. Las piernas no se cansaban y la ropa no se manchaba. Siempre había algo delicioso que comer. No había escasez ni de abrazos ni de amor. El lecho, cada noche, esperaba suave y caliente a que los huesos reposaran en él para hallar descanso y sueños felices. En la oscuridad de la noche no había llanto, no había temor, la luna cantaba sólo para ti. Hubo un tiempo en el que viví en un mundo mágico...
Al crecer supe la responsabilidad que tenía de sembrar el aire de besos para mis hijos, de regar las plantas y darle de comer a las mascotas de mis pequeños. De lavar a conciencia la ropa favorita de ellos sin olvidarme de proveer alimento en la nevera y cocinar, cada día, lo mejor para el fruto de mi vientre. Esforzarme cada día sin flaquear en el ánimo ni en el cariño. Hacer sus camas, cantarles nanas... Hoy reconozco que no hay mundo mágico, que la vida es dura, que las dificultades te sobrevienen... en esta noche solo tengo dos palabras que añadir:
GRACIAS MAMÁ
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