Nos creemos dioses, o tal vez debería decir Dios. Pensamos que la vida va a ser larga, divertida y que podemos jugar al límite. Nos arriesgamos una vez, dos... y como no pasa nada se acrecenta esa sensación de invulnerabilidad. Pisamos el precipicio y nos gusta cómo nos hace sentir la adrenalina en nuestras venas.
Hasta que la llega lo inevitable y nos preguntamos ¿por qué a mí? Pues por hacer lo que no debes, ni más ni menos.
(PD: Álex, gracias por el video)
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