Cada vez, con más frecuencia, me pregunto si esto es todo lo que hay, todo lo que me espera. Y el pensamiento práctico amenaza con conquistar mi mundo.Porque ¿y si no hay nada más aguardándome?
Debería doblar los arcoiris y guardarlos bien puestos en el armario. Encajar las tiaras y los vestidos de gala, vaciar la alacena de sueños y tapar con sábanas el mobiliario de "muy, muy lejano".
Si esto es todo lo que hay, tendría que meter al unicornio en el transportín y darles las llaves de mi castillo a mi hada madrina para que siga regando las plantas por mí, enterrar en algoón las ollas de oro y despedir a los duendes con un tierno abrazo, silenciar al pentagrama que revolotea y encumbra miles de momentos mágicos y susurrarle al oído un "buenas noches, ya no es hora de hacer ruido", dejar saltar a las traviesas y juguetonas notas y hacerles cosquillas a la par que disfruto de un último baile a la luz de las estrellas.
Si esto es lo que hay y no hay nada más para mí, va siendo hora de abandonar el palacio de jade y descender a lo que me ha sido concedido.
Sin embargo, aunque esto sea todo, debería intentar buscar el ritmo en los segundos vacíos, la melodía en el rugido de las máquinas y los colores en la sombra de la fábrica. Un, dos, tres, cuatro, cinco, targeta; uno, dos, tres, cuatro, cinco, targeta. Al ritmo, al compás, buscando la música donde no la hay.
Si esto es todo lo que hay. Si no me espera nada más.
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