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viernes, 29 de abril de 2016

completa desconocida

No hace falta mirarme al espejo para saber que he cambiado, que he envejecido. Si mi rostro fuese el problema, no sería más que una trivialidad sin importancia. La que se ha hecho anciana es mi alma. Sin fuerzas, sin garra, con achaques y deseos de finalizar con una existencia que ya no aguarda mayores alegrías de las que ya se han vivido.
Yo... yo no era así,  siempre dispuesta a superar un reto, a no aceptar las limitaciones que otros me imponían. Aquello era más fácil que lidiar con tu propia censura.  Una lisiada de corazón, eso es en lo que me he convertido, incapaz de levantarse y gritar "¡Todavía no ha llegado el día de mi derrota!". Tan solo me limito a lamerme las heridas, sintiéndome impotente, sin ganas de tomar las riendas de la situación.

No quiero mirarme al espejo  porque no me gusta lo que veo. Porque me cogería del cuello y me soltaría varias verdades a la cara: no has llegado hasta aquí para rendirte; no eres de la clase de mujer que acepta una derrota por una mala, aunque muy prolongada, época; no eres una mojigata que se complace en ser la víctima. Jamás he aceptado que nadie tuviese lástima de mí y ahora... soy yo misma mi propio verdugo.

Necesito reaccionar, levantarme, luchar, morir en el intento si es necesario, pero jamás así, no lamentándome de mis circunstancias. La guerra acaba cuando aceptas la derrota. Mas hoy no será ese día.

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